martes, 6 de septiembre de 2011

Miguel Ildefonso / Perú


Miguel Ildefonso. Lima, 1970. Ha publicado unos cuantos libros de poesía como Vestigios y Canciones de un bar en la frontera. En narrativa: El Paso, Hotel Lima y El último viaje de Camilo. Tiene inédito un libro de cuentos infantiles, una novela titulada provisionalmente “Talara”, un libro de poesía, una antología de poesía iberoamericana y un libro de breves ensayos y entrevistas sobre la poesía. Vive entre Estados Unidos, Perú y España; pero sobre todo vive escribiendo. 


Ebro

Salvo la uva,
el olivo
tiene auráticas.
La luz del sol cuando toca una lágrima
se vuelve río.
Ebro de raíz,
la raíz, un molino de vino
con azúcar - en la alforjalorqueana.
Entrada de Navarro: cruz y palacios
cantados por juglares, provecto consuelo,
cielo e insumisión frenados.
Pero olvidar no quiero,
porque quiero / no quiero,
y escribes para vivir
como dios en su ebriedad sin presagios.



Logroño

Desperté de pronto al pico de las aves que brotaban de la tierra. Casi asfixiado por el viento que bajaba de Clavijo, levanté mi columna de plástico junto a los rieles de un vagón atravesado entre las nubes sin señal de Dios. No se precisaba de más de una mochila para llegar a Ribafrecha. Los campos me llevaron entre tiendas breves y bondadosas moradas. Aquí la tierra se tragó un higo, porque el cielo ya no tenía para más. Una golondrina se hizo muda en el aire para que el Lesa deje pasar al puente sobre sus aguas. Y para que me deje a mí algo de su camino. Al final guardé una sed de madera y metáforas de alimentos envueltos en nubes que enviaba el Dios de estas comarcas que de noche parecían parpadear. Y lloré por fin. Y todo porque sí.



Época

Me sugirieron escribir poemas más directos, o sea algo de verdad contundente como un golpe de codo al bajar al metro o como cuando te roban la cartera y sientes otra vez el vacío del hambre de Dios. Me sugirieron dejarme de clásicos versos, de espantar los días calurosos buscando a la musa del conocimiento o de la experiencia. Me sugirieron torcer el cuello de la botella de mi orujo, y cantar con amor a los tallarines rojos, rojos de viva pasión como una marcha de protesta en la plaza El Sol. Por eso es que ahora te escribo con amor, un amor disfrazado no de poeta en el Olimpo, o de animador de programa de televisión o de Góngora o de Cristo sin cara ni cruz.



Rambla

El Mayor Tom camina por la Avinguda del Paral-lel. La tarde y su
brisa acompañan a la sombra que lleva un gran mapa nuevo de
un viejo mundo, teatrines de otra época que divisara desde las estrellas.
Es así que llega a la orilla de yates y moja sus pies en el Mediterráneo.
Más allá los barcos que vuelan. Más allá los peces muertos vuelan
más que las gaviotas. La sed que trae desde la órbita lunar
es el espíritu que destruye a los viejos edificios de 1900.
Mr. Tom que en tierra descanse.

Bajo el sol omnisciente - antiguo padre de lejanos reinos -, el avión del exilio pasa y deja su estela blanca como las palomas. La estatua sentada en una banca de madera está frente a las aguas con peces transparentes y los marineros que aún no parten porque seguramente el sueño es amable. Se retrata aquí la nostalgia, otra vez el sol, el sol del sol en el cielo y en el agua de todos los naufragios que llegaron hasta aquí, bajo el dedo de Colón, con la sombra que proyecta la palabra anclada, la sal de la estatua en la distancia de los barcos, sobre el vientre de los peces. Vela, sujeta esta pluma como si se desatara de una nube, y arrójate al agua, así serás bueno contigo y con todos.



Burriana

Podría detener el tren y bajar a poner el punto final al poema de una joven estudiante sentada en la estación de Burriana. Podría sentarme en las gradas del reloj final y esperar, digamos, el nacimiento de la alegría beethoviana. En los hombros de las estatuas, como aspas de palomas, podría amasar la harina del pan que comiera Dios jugando entre los niños que pegan a otros niños. Y podría leer el periódico todos los días, un poco apurado como todo el mundo, y dejar pasar a los trenes.

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