miércoles, 14 de septiembre de 2011

Héctor Ñaupari / Perú




Héctor Ñaupari. Poeta y ensayista, nacido en Lima en 1972. Fue integrante de los
Grupos Neón y Vanaguardia en los noventa. Ha vivido y estudiado en Lima, Madrid,
Salamanca y Ciudad de Guatemala. Es autor de los libros En los sótanos del
crepúsculo, Poemas sin límites de velocidad: antología poética 1990–2002, Páginas
libertarias, Rosa de los vientos, Libertad para todos, Políticas liberales exitosas
2 y La nueva senda de la libertad: cuatro ensayos liberales. En el 2001 obtuvo el
Premio Internacional de Ensayo Charles S. Stillman de Guatemala. El año 2010 ha
obtenido la Mención Honrosa del Quinto Concurso de Ensayos Caminos de la
Libertad, organizado por la Fundación Azteca de México, que también logró en su
tercera edición, en el 2008. Poemas suyos fueron publicados en importantes
antologías poéticas en España, Estados Unidos, México, Brasil y Perú. Sus
próximos libros son: Sentido liberal (ensayos) y Santificado sea tu nombre (poemas).




PLACENTERA BOCA

Estoy advertida: es tu boca la placentera copa que se llena, toda de mí
como la astuta niebla devora las flores y los árboles.
Tus húmedos labios son el bálsamo que enciende mi fiebre en lugar de atenuarla.
Cuando sólo los soñaba, sorprendida entre el desvelo y el insomnio,
presa de un súbito temblor
quería imaginarlos amargos para no desearlos tanto.
Pero despertaba vencida y más enamorada.
¡Ah! ¡Si tu boca pudiera algún día halagar mi piel con sus caricias!  – me decía –
¡Qué no daría porque tal ventura me sucediera!
Hoy que por fin me abandono en tus brazos,
desamparados yacen nuestros vestidos, broches y collares lánguidos y vacíos
– cómo nos limitaban –
ellos darán testimonio ante todas que eres mi Diosa
mi amanecer más delicado
mi atardecer más bello
así como yo soy la fruta que codicias
y que desveladas nos perseguiríamos como la brisa del verano al sol.
Ahora, que en ti me voy de mí,
te suplico: desátame en la delicia de tus lirios labios
róbame del pecho la respiración
trenza en mis manos tus cabellos como las notas en una melodía,
pues no hay placer más pleno que satisfacer mi ansia de ti
novia mía, mi dolor más amado, la mitad de mi alma.




ÍNTIMA AMISTAD

Eres mi sed.
Mientras más bebo de ti más ávida me siento.
Es tu piel el libro donde todo está escrito,
y tu cuerpo la sabiduría: en él entendí tantas cosas.
Abandonémonos, amiga mía, a la emoción intensa que antecede al beso.
Veo tus pupilas brillar como la cabellera de las flamas,
y tú ves en mis ojos ese mismo ardor que no puede apagarse.
Por fin comprendo que al amarte podré encontrar mi lugar en el mundo.
Emprendamos el viaje.




CIRCE
Para C con amor y cariño.

Malévola tu ausencia.
Vals Hermelinda, letra de Alberto Condemarín.

El vino que embriaga, la leche que nutre, la miel que empalaga, el agua que calma la sed, están todos esos sabores en tu boca, amada mía.

La lluvia que crepita, la garúa que invade, la ola que restaña insensata contra la orilla, la niebla que arroba, la arena que sisea serpiente al acercarse al mar, todo, todo me recuerda a ti.

Y mis pensamientos son sofocados por la tibia temperatura de nuestra última noche allende el norte, en tu palacio espléndido. Por el vino de feble sabor que se desliza como la seda en nuestros labios. Por la carne dulce que disfrutamos juntos. Por, evocadora Afrodita, la perfumada calidez de tu cuerpo, alhelíes, magnolias, dalias, amapolas, que me sedujeron en sus pétalos rotundos y perfectos.

Cada segundo allí transcurrido se hace inolvidable. Cuánto más quiero abandonarlos se arraigan más profundamente, como las raíces de las siemprevivas. Su vista irrepetible me sumerge, como en el mar donde naufragué y encallé tantas veces, en la nostalgia inenarrable de no volverlos a vivir.

Tantas vidas vividas. Tantas idas y vueltas.
Oh cómo volver a ellas.

Saberme Botticelli haciéndote nacer del mar. Ser otra vez Goya pidiéndote un desnudo frontal y escandaloso, como ese amor que sólo tengo yo por ti, y es mil veces no correspondido. O pensarme el Divino Marqués, apresado en la niebla del sueño, creyendo corromperte en ejercicios nada virtuosos, oh Justine mía, solo en la oscura celda de mi imaginación.

Aquí, en Ítaca, donde he vuelto a mi vida marital y cotidiana, no se ve tu corazón desprovisto de sueños en común. No puedo ver, bien mío, tu alma sin cadenas ni anillos ni velos de novia estrenada. No puedo tocar, sibila de mis noches más febriles, tus pechos enhiestos como los crepúsculos de Martín Adán, tu cintura y caderas como los cuartos menguantes y las lunas crecientes unidas de ese modo secreto que sólo tú y yo conocemos, tus pies bellos, suaves y pequeños, que cuidaba con ungüentos y perfumes, que me enamoraron de ti irremediablemente.

Y me tortura, como a Prometeo el ave que lo devora cada día, saber que nadie puede ser ni será nunca tu dueño. Saber que sólo te perteneces a ti.

Y lo terrible de esta tragedia de soñarte cada noche y amanecer sin tenerte es que no quiero ser tu dueño, oh Circe de mis desvelos, sino ser de ti como la ambrosía que resulta de la miel y el vino, esa mezcla perfecta de amigos, amantes, compañeros, enamorados, confidentes, ese modo de pertenecernos sin dominarnos, ser dos seres libres que se comparten en su reflejo y parecido.  

Y, mientras veo a Penélope dormir, pienso, quién pudiera componer este poema, que eres tú, como el iris que alumbra tus párpados, como  tus índices que me cortan la piel en imperfectas tiras, como tus cabellos castaños e intensos, iguales al café que humea en las frías mañanas en que te necesito tanto.

Tantas vidas vividas. Tantas idas y vueltas.
Tanto irnos para no volver.

Cómo no volver a aquél amanecer en el Bósforo, perdernos para siempre en los bazares laberínticos de Istambul, bajarnos en Atocha y beber todo el vino de nuestro adorado Madrid.

Tantas vidas vividas. Tantas idas y vueltas.
Cuánto perdimos en esos años sin vernos.

Cómo quisiera, ahora que amanece, aparecer como un fantasma en esa soledad tuya como la casa a la que llegas cada tarde, semejante a un silencio frío como una espada que, recién forjada, atraviesa el hielo para templarse.  Y en esa soledad tuya, que amas tanto, sueño que estoy preso en ti, que vivo en la cárcel abierta de tus brazos, que no quiero salir más de aquí.

Sueño que vivo feliz, hechicera, transformado por el encantamiento dispuesto en tu boca roja como una granada, que me ofreces y devoro sin pausa, en el lobo que fiero y hambriento corre desesperado tras de ti, o en el oso que atraviesa bosques y estepas para encontrarte sin poder hallarte. Sueño que alguna vez fui Odiseo, y no la sumergida sombra que ahora soy. Y entonces, todo despierta.



FRINÉ

Desnúdate y sé mi angustia, Friné.
Vuélvete mi ira ensangrentada
agarrotada como mi puño alrededor de tu cuello.
Líbrame del peligro que me acecha, imagen y sierva de la Diosa,
tan sólo despojándote de esta túnica inútil.
Quédome postrado ante ti
como los ancianos heliastas que descubrieron el asombro
en la conmovedora contemplación de tu cuerpo sedicioso 
palpitando inesperado por el miedo y el entusiasmo.
Cómo no ser yo esas miradas
Cómo no turbarme ante tus caderas aduraznadas,
Cómo no verme repetido en la fascinación de todos los hombres que han codiciado
las pálidas sombras que alguna vez te evocaron;
Guilio Romano soñándote en las dieciséis posturas elementales,  
Velásquez pintándote ante un espejo,
                                               Egon Schiele dejándote agotada en sus trazos inmisericordes,
                                                               Modigliani antes de derrumbarse en el Sena,
con su vidriosa y muerta mirada fija en ti.
O ser también Hipérides, amándote más allá del desafuero,
queriendo sólo descansar la cabeza, exhausto y al final de todo, en la colina de tu
vientre, Friné,
un solo beso tuyo bastará para salvarme
y transformarme en tu lengua delicada
para estar siempre en tu boca
pidiéndote, una y otra vez, que desciendas las escalinatas dejándote las ropas y
sandalias en cada peldaño
hasta que, por fin, desnuda, me vuelvas la espalda,
para acabar posado en ti, adolescente impía,
como la noche en la línea febril del horizonte.


PENÉLOPE SOÑADA POR ODISEO


                                                                                                                     Sólo perduran en el tiempo las cosas
que no fueron del tiempo

Jorge Luis Borges

Deja que te vea como un ardor pálido y desnudo, puro como el agua del primer día de la creación.

Permite que sea tu padre, arropándote en tu hora primera.

Puede que te sorprenda como una fiera que incógnita y enloquecida
irrumpa ante ti
buscando tu piel erizada de pánico
o tu pecho detenido en el fúlgido instante de la muerte.

No impidas que mi amor se extravíe en tu boca, donde nacen todos los
pétalos o se atesora el rocío último.

Me parece que hemos vivido antes este sueño
donde te poseo y te contemplo al mismo tiempo
                                                                  tal vez la mañana antes de partir, o la noche
de conocernos,
en que arrobados
como el suicida decidido e inmisericorde
nos dejamos caer, desventurados, a las entrañas del vacío.

No lo recuerdo bien. Hace ya veinte años de dejarte.

Pero todavía guardo invictas, algunas fuerzas,
para imaginar, por última vez, tu nocturno recorrido a los brumosos
bordes del mar.

Me advierto incesante en tu larga carrera hacia las olas.

A ellas te acercas sin más vestidos que la noche, sumergiéndote
desesperada y obsedida en sus brazos.
Su vaivén soy yo, tu esposo, que te sueña. 

Y al advertir nuestro lecho nupcial convertido en una encendida
ausencia, te extraño, esposa.

Entonces, invadido por la melancolía, cobras súbita forma.
Tu cuerpo resplandece delicado entre los arroyos donde nos entrevimos

asombrados como dos amantes estrenados y jóvenes
desafiando al tiempo implacable que no conoce
de nuestros ardores intactos como tus muslos cerrados en mí.

No le pertenecemos.
Y pensar que estando tan lejos nos sentimos más juntos.
Ahora esa distancia tan lejana nos une.

En eso, que me aproximo a nuestras tierras de perpetua niebla, donde
nada separa a las sombras de la luz,  termina el sueño.

Bien sé que han llegado hasta ti terribles historias. Nada temas.

Circe
                   Calypso
                                                   Nausicaa
Jamás fueron esposas ni amantes ni afiebradas alucinaciones para soportar la
soledad insomne de un hombre perdido.

Son solamente las doloridas sombras
de este atormentado contador de historias

que debía inventar hechiceras, diosas y princesas

para no enfrentar la infeliz realidad de su protagonista:
vencedor de un combate sin héroes
un náufrago sin nombre
la víctima más famosa del mar inagotable.

Por eso seré el asesino de tus pretendientes y mis remordimientos.

Los desollaré vivos como a los celos que te consumen.
Dejaré que su sangre se apelmace en tu lengua para que jamás
pronuncies sus nombres

Y entonces, encallarás para siempre en mi pecho tiznado y sumergido en
una fiebre que no espera
Y las huellas de tus pies no irán más hacia las olas
pues marcarán irremediablemente mis hombros y caderas
simultáneamente
en una postura tan imposible como nuestra
Y en ese movimiento que titila como el brillo solar que antecede al
crepúsculo
nos quedaremos, al fin, extraviados pero unidos
como la memoria y el olvido.


Santiago de Surco, 24 de Abril de 2008





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