Adolfo Santistevan López (Guayaquil, Ecuador, 1986) Estudiante de Comunicación Social de la Universidad Estatal de Santiago de Guayaquil. Miembro del taller literario El Quirófano. Obtuvo la Primera mención en el Concurso del III Festival de Poesía Joven Ileana Espinel Cedeño (Guayaquil, 2010). Participó FIL de Lima 2011 “Palabras para abrir un mundo”. Sus textos han sido publicados en varias antologías nacionales y han sido traducidos al francés y al inglés.
Palabras a ojos cerrados
Ya dejé de escribir en servilletas y en papel de baño, también boté los aerosoles, los crayones y los lápices. Compré un computador sin monitor con un teclado sin teclas. Sigo cada indicación de los doctores cuando llaman por teléfono. Me prohibieron los celulares por el peligro de los mensajes de texto. Me llaman para no escribir las recetas. Dicen que en cualquier lectura puede haber una recaída. También me prohibieron usar lentes y tomar sopa de letras. Salgo de casa con los ojos vendados. Y cada hora tomo dos píldoras de enajenación.
Quise quitarme los párpados con un bisturí para no ver las palabras a ojos cerrados, pero me di cuenta que era más sencillo conservar los párpados con las cuencas vacías. A pesar de que todos estos tratamientos convencionales y caseros no parecen funcionar, no estoy preocupado. Mañana empiezo con un nuevo régimen. Una pastilla experimental de cianuro. Los doctores dicen que la rigidez, la falta de apetito y de respiración pueden ser algunos efectos secundarios. Pero todo sacrificio es válido.
Abuela
Mi abuela murió mientras acariciaba su desgastado cuerpo bajo las sábanas. Recuerdo cuando con insistencia pedía el calor de mi cuerpo. Las décadas no disminuían su placer ni a intensidad de sus orgasmos. Su vientre sólo se movía con libertad cuando sentía las nuevas caricias.
Con ella tuve varios nombres, pero nunca el de mi abuelo
En su ceguera me llenó de rostros y nombres que tomaban la culpa y me absolvían del placer que sentía en cada encuentro. Ya no respira, no se agita, no reclama mi presencia. Me detengo, me despido.
No guardaré secretos con los muertos.
Mamá cortaba cebollas
Mamá se escondía tras la densa nube de la cotidianidad
Repetía de memoria el mismo llanto
Pero el humo en sus ojos le ayudaba a disimular
Ella cortaba cebollas porque sí
A veces se cortaba los dedos
Se confesaba todas las tardes
Los domingos en la iglesia no miraba a nadie
Y mantenía silencio solemne
Mamá cortaba cebollas
A veces se cortaba los dedos
Un día se cortó la garganta después de misa
Supo que el obispo había muerto
Por una enfermedad venérea
La niña muerta
I
Ella es la niña muerta,
La del día triste
La que viste
Como vestía su madre
La que bebe
Como bebía su padre
La que se droga
Como el dueño del puñal
-¿Cuál puñal?
-El del día triste, que arrebató su inocencia
II
Te perdiste en las escamas de un niño dragón
Buscando en su seno la inocencia
Que te arrebató el día triste
Te encontré sin vida
Mirando la sombra
De aquel diente de león que quisiste cabalgar
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