sábado, 17 de septiembre de 2011

John Cuéllar / Perú



JOHN CUÉLLAR (Huánuco, Perú, 1979) es miembro fundador de la Agrupación Literaria Sociedad del Parnaso. Ha sido encargado de edición de las revistas Kactus & Parnaso (2003-2004) y Parnaso (2005-2006).
Segundo Puesto en los “II Juegos Florales Valdizanos 2000”, en el género Poesía. Primer Puesto en el “II Premio de Cuento Ciudad de Huánuco 2001”.
Ha publicado los libros: Narrativa joven en Huánuco (2005), el poemario Sin Antídoto (2008) y el libro El cuarto enigmático y otras narraciones (2011).
Ha publicado en las versiones electrónicas: Revista VOCES, Casa de Poesía ISLA NEGRA, Yo escribo, Revista del Pensamiento y la Cultura DIEZ DEDOS, Revista Literaria KATHARSIS, Revista Intercultural del mundo hispanohablante ÓMNIBUS, Revista Trimestral de Literatura EL HABLADOR, Revista de narrativa contemporánea en castellano NARRATIVAS y en la Revista literaria PERICULUM.
Tiene en elaboración el libro Narraciones breves.


NÚMEROS FINALES



Y mi espíritu, siempre de vértigo ahíto,
Celoso del vacío de la insensibilidad.
–¡Ah! ¡No salir jamás de los Números y de los Seres!

CHARLES BAUDELAIRE, Las flores del mal.







ANTROPOSOFÍA

Al narrador y amigo, Mario Malpartida, humildemente.


Cuando uno nace, nace,
ya en cuatro paredes de mármol
o en cuatro columnas de barro:
al fin y al cabo, es lo mismo.

Ser humano es caminar
con la piel y con el ensueño,
amar alguna vez
y tener el fruto real e imaginario.

Observar es ver lo inusual de la rutina,
de las caminatas, los gestos y las sonrisas de siempre:
es estar en un espacio
donde con seguridad permaneceremos solos.

Pensar y sentir es besar la muerte,
a cada instante, a cada paso:
es cruzar un territorio minado
donde seguramente tendremos bajas.

Nosotros vamos para allá, para todos lados,
en medio de fanfarrones nos mezclamos:
es nuestro destino habitar con ellos,
tenerlos presente y olvidarlos.

Nos consolamos en nuestra corta vida,
en el cansancio de la piel que ya no sonríe,
aunque la humanidad presente
nos brinde sus brazos placenteros.

Una vez muertos, en cuerpo o espíritu,
nos internan en una cárcel de mármol
o nos cubren de esencia física en un pozo;
así aguardamos, ansiosos, el volver a encontrarnos.







POEMA EN EJECUCIÓN

A Miguel Rivera, por su voz poética.


Me negaron el ritmo,
por beber a destiempo:
soberbiamente me condenaron
a no ejercer este oficio.

Confiscaron mis metáforas,
por ser las de un pecador inconfesable:
dogmáticamente me obligaron
a seguir sus pasos rectos.

Me privaron de la rima,
por sonreír en puertos desolados:
sesudamente desenvainaron sus espadas
para acabar con mi locura.

Mataron mis palabras sutiles,
por andarme con remilgos:
antojadizamente aseguraban
que era una sombra absurda.

Al fin, cuando aprestaba a marcharme,
encadenaron mis pensamientos,
sometieron mis manos al fuego
y amputáronme las piernas para ser lo que soy.







INEXISTENCIA

Al escritor Samuel Cardich y a su esposa Georgina, por los tiempos departidos.


Aquí el mismo
luego de un funeral
el mío
muchos tal vez
sin día
ni vitalidad
con momentos quedos
con quedarme
en retablos de duelos
donde monótonamente
los ecos
recuerdan
la mala pronunciación
prorrumpida alguna vez
amoldada
y sometida
a un juramento
adánico
entre inocencia
y llanto.

Aquí en silencio
en un suspiro
inmerecido
da igual
si puedo revivir o no
lo no realizado
en espirales platónicas
como una recreación
del olvido
del imaginario olvido
del inexistente recuerdo
reinventado por ese Dios
oculto
más allá del más allá
donde
la muerte ya no es
y donde el hombre
ni es imagen
ni recuerdo
ni él mismo.

Aquí aguardando
el tren que recorre
las noches posibles
y cruza
el desierto circular
de la negación
y el desafío
observando
mis penas
inmerecidas
y espectrales
y mis enfermizos
lamentos
en medio del frío
y del dolor
también posibles
nada más da
sino hurgar
mi propia inexistencia
en este segundo etéreo.







MUTACIÓN I


Otro día en que somos el abecedario,
el fracaso a mediatinta,
el verso que se olvida
en el rincón de un falso armario.

Otro día en que la bocanada
imita el ritmo de la nada,
otro día en que el pensamiento
revela el tardo sentimiento.

Y se muestra así la híbrida luz,
los pasos frígidos y suplicantes,
acudiendo entonces espectros lacerantes
que se escurren por el tragaluz.

Plumas y tinteros y tinta
pululan las casas semimuertas,
las manchas negras en las veredas
delatan una desgastada rima.

Y entonces, al salir la luna,
después de tanto grito extinto,
algunos rastros mutan a yo existo
e inician su camino a la ventura.







Y LOS AMIGOS...

Al maestro Andrés Cloud, por sus consejos e infinita amistad.


A dónde huyeron aquellos
con quienes brindaba
en noches placenteras,
luego de ser testigos
furtivos
en ceremonias fúnebres
de la sociedad mezquina.

Dónde quedaron
esos seres
con quienes nos abrazábamos
en el solo lenguaje
de la incoherencia,
bebiendo
en la copa universal de la bohemia.

Acaso en esta noche
nadie timbrará,
siquiera para suponer
el ritual
donde dialogábamos esquivos
de espaldas,
burlándonos del destino.

Nadie llamará
siquiera para recordar
los versos que escribía,
extraviado,
cuando aún ingenuo
saludaba a la vida,
entrañablemente.

Dónde están
los santos de la noche,
quienes
con los vasos rebosantes,
sus miradas descubiertas
y sus juramentos encendidos
prometían hermandad.

Dónde los pocos,
los desterrados,
los que ya no acuden
a este teatro absurdo
donde en cada encuentro
relataban sus historias,
construían la historia.

Se envejece así,
recordando,
saboreando,
releyendo a los cuatro costados
una elegía absurda, la única,
la que no existe,
la que acaba en este verso.

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